PONENCIA 2
(esp - pt)
LA AGENDA FEMINISTA DE LAS MUJERES JÓVENES EN LAS PLATAFORMAS DE ACCIÓN DE LAS UN Y OEA.
Angélica Bernal Olarte,
Colombia
Breve introducción
Primero quiero agradecer a las amigas de REPEM por la invitación a participar en este foro virtual, oportunidad que me ha permitido leer y analizar algunas cuestiones que desde mi punto de vista considero claves en la militancia feminista en la región hoy en día.
Debo decir que me tomé un tiempo para analizar cada pregunta y entender el contenido político de cada una de ellas, y me atreví entonces a cuestionarlas y proponer acercamientos para el análisis y no respuestas.
Para empezar me parece importante partir de que no considero que hable por “las feministas jóvenes”, mis reflexiones se alimentan de mi acción feminista, que obviamente se cruza con mi edad, mi clase social y otras diferencias que marcan mi pensamiento político. En ese sentido, considero que las voces de las feministas jóvenes son diversas y en ocasiones algunas de mis posturas pueden disentir y contraponerse por ejemplo a las feministas anarquistas o a las defensoras de la autogestión, entre otros importantes grupos organizados y liderados por jóvenes mujeres.
A continuación desarrollaré en el orden de las preguntas planteadas, las reflexiones que me suscitaron y a las que pretendo acercarme con el ánimo de provocar debate y discusión y no con la finalidad de responder estos complejos interrogantes.
¿Son las plataformas de organismos internacionales escenarios legítimos para representar el proyecto político feminista?
La primera pregunta, ¿En las Plataformas de Acción de UN y OEA se reconocen los sueños y principios del movimiento de mujeres jóvenes feministas? me llevó a reflexionar sobre por qué necesitamos que organismos como las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos reconozcan y recojan nuestras reivindicaciones.
Diversos procesos han llevado a que colectivos sociales hayan encontrado en estos mecanismos interlocutores válidos y escenarios legítimos para el reconocimiento de diversos derechos y reivindicaciones que no han tenido receptividad en los Estados nacionales. Esto sin embargo, ha llevado a una alineación casi acrítica a los mecanismos, contenidos y estrategias construidos por estas burocracias internacionales, que desde mi punto de vista, a veces han reducido demandas políticas a agendas políticamente correctas y totalmente funcionales al orden establecido.
No desecho ni desestimo de partida la importancia de estos escenarios y la utilidad del marco internacional de los derechos humanos de las mujeres recogidos en instrumentos en el ámbito regional y universal, sin embargo, sospecho de la pretensión de hacer de estos los únicos escenarios de la lucha feminista y de cifrar nuestras esperanzas en instituciones tan patriarcales como el Estado o la familia, ya que al fin y al cabo, no están por fuera de esta cultura, sino que comparten un mismo origen masculino y androcéntrico.
Desde mi punto de vista, estos organismos reconocen un marco legal de protección formal de los derechos humanos de las mujeres, sin embargo, en un contexto patriarcal sus alcances son limitados. Creo que la reivindicación feminista enfrenta el reto de lograr el pleno reconocimiento y ejercicio de los derechos humanos, sin embargo, eso no es todo. Lograr un sistema justo para las mujeres, pasa por los derechos humanos pero necesita más: requiere la transformación de los sistemas que operan y que se combinan para mantener la subordinación, la subvaloración y la explotación de las mujeres.
Hablo del orden de lo simbólico, de esa ideología omnipresente pero sutil que impone al colectivo de mujeres el peso de “ser mujer” en esta cultura. Traigo como ejemplo, una de las evidencias que considero más contundentes sobre la buena salud del patriarcado y su poder estructurador de las relaciones sociales. La describe Amelia Valcárcel, en su libro “La política de las mujeres” (2004, Pág. 116), quien afirma que las mujeres hoy en día si detentamos poder, pero sin “completa investidura”. Toma esta idea de Celia Amorós, quien explica a través de esta expresión cómo “la detentación del poder no es nunca completa cuando se ejerce por una mujer”. Valcárcel detalla como “una decisión tomada por alguien que detenta poder de esta forma tenga que ser ratificada, y si no es ratificada, esa decisión permanezca simplemente en los márgenes de lo relativamente opinable, es decir, se convierta en una protodecisión y no justamente en decisión” (2004, Pág. 116).
Y continúa la autora, “para que sea verdadera la palabra de poder expresada por una mujer, debe ser repetida por un varón, aquel que la precede en la escala jerárquica o lo que es aún más notable, el que está a su lado exactamente en el mismo estatuto jerárquico”. Esta investidura incompleta no se otorga a través del marco internacional de derechos humanos. La ilegítima detentación del poder por parte de las mujeres no sólo se da en la política, se da en la esfera de la economía, de la academia, en la calle pero también en la casa y en la cama, en fin, en todas las relaciones sociales y nunca podremos tener una ley que transforme este arreglo patriarcal porque su sustento está en la vida cotidiana, en el valor real que tenemos las mujeres, nuestro cuerpo y nuestra palabra hoy en día en esta sociedad.
Considero que los sueños y principios feministas superan estas plataformas, estas instituciones, básicamente porque el movimiento feminista enfrenta el enorme reto de hacer propuestas que logren no reformas a lo existente o avances legales que permitan abrirnos paso en determinados terrenos. Requerimos construir utopías que resignifiquen la existencia del mundo, que le den un nuevo sentido a la existencia de mujeres y hombres, que revaloricen lo humano y la naturaleza como los fines últimos de toda acción humana (Bernal, 2007).
Desde mi punto de vista una utopía que se podrían plantear los feminismos tiene que ver con un nuevo humanismo, que lejos de pretender la universalización o la homogenización, parta de las diferencias para reconocer que es su diversidad lo que hace invaluable la existencia humana. En este sentido, la propuesta es que la diferencia no se traduzca en desigualdad evitando sobre todo la posibilidad de plantear de partida las características de lo humano genérico, universal y neutro ya que sólo se estaría reproduciendo el racismo, el androcentrismo y el heterosexismo que se han puesto en cuestión y se pretenden superar (Bernal, 2007).
¿Existen los feminismos? ¿Existe un feminismo? O una propuesta para reconocer la diversidad dentro del feminismo sin quedarnos sin sujeto del feminismo.
La segunda pregunta ¿Es la multiplicidad, diversidad y pluralidad de los feminismos un obstáculo o una oportunidad para el agenciamiento de las agendas? me resultó un tanto más complicada que la primera, así que divido mi reflexión en dos partes.
La primera parte incluye mi punto de vista sobre un debate abierto y vigente: ¿feminismo o feminismos? Debo decir que mi reflexión carece de originalidad ya que se encuentra totalmente alimentada de interminables y ricos intercambios con otras feministas para quienes la propuesta feminista es una, pero como construcción social ha ido cambiando gracias a que se nutre de nuevas actrices y nuevos contenidos, se amplía y profundiza cada vez que en un ejercicio de autocrítica logra develar las subordinaciones y las desigualdades entre las feministas.
Mi opinión es que como movimiento político el feminismo es uno, con un marco político y ético basado en la búsqueda de una transformación social para construir condiciones en que el ser mujer no conlleve opresión, desvalorización o explotación. A lo largo de la historia el feminismo ha ido cambiando al ser capaz de ver en su interior cómo se reproducían subordinaciones tales como el racismo, el clasismo, el etnocentrismo, el heterocentrismo, el adultocentrismo, etc., en ese sentido, considero que no hay feminismos: hay nuevas sujetas del feminismo, con nuevas reivindicaciones, nuevas estrategias y nuevos retos para nuestra práctica política.
Me parece importante retomar las palabras de Diana Gómez, quien en su texto “Simone de Beauvoir en voces de mujeres jóvenes”, nos muestra la importancia de “el reconocimiento de la alteridad no en tanto Otro para dominar, tolerar o simplemente nombrar sino para construir, un Otro relacional al que colectivamente se le permite ser él mismo, brindando las condiciones para su libertad y su vivencia existencial (…)”. (Gómez, 2008: 128). Si no interpreto mal su propuesta, creo que reconocer la diversidad de mujeres que existen dentro del feminismo no es sólo un asunto de rebautizar nuestro proyecto político como “los feminismos” en un ánimo de nombrar la pluralidad ya que la separación que inaugura denota dificultades para reconocer y luchar desde nuestras diferencias.
El feminismo apela a la diversidad que constituye lo humano, interpela y denuncia al esencialismo y al universalismo, es decir, pone en cuestión lo homogéneo. Considero que el sujeto político del feminismo es múltiple, diverso, plural, heterogéneo, se deconstruye y construye cada vez que una nueva mujer conoce y se reconoce en el feminismo: pero no la mujer abstracta del patriarcado. Quien llega al feminismo es la mujer negra, la indígena, la lesbiana, la mujer pobre, la académica, la política, la joven, es la mujer víctima de la guerra, en fin, es una vivencia del ser mujer diversa y múltiple que forma y transforma el feminismo, así como ella se transforma con el feminismo.
No se trata sólo de “reconocer” la diversidad al interior del feminismo: se trata de recrear, transformar y ampliar el discurso y la práctica política de modo que cada vez denuncie más injusticias y opresiones y logre articular, a través del diálogo político, un colectivo diverso de talante emancipador, revolucionario y subversivo.
Sobre la segunda parte de la pregunta, aunque se puede deducir de las anteriores ideas el potencial y la riqueza que considero tiene la diversidad al interior del feminismo, quiero sin embargo concentrarme en una pequeña reflexión sobre la diversidad y el “agenciamiento de las agendas”.
Me interrogan los dos conceptos: agenciamiento y agenda, sin embargo debo decir que sobre el asunto del agenciamiento tengo sobre todo dudas. Me pregunto sobre la adopción de este tipo de categorías que centran la reflexión en un asunto individual (la capacidad de agencia) para “influir” en las estructuras sociales que determinan y organizan la vida humana. Me pregunto sobre la posibilidad real de que una mujer pueda de forma individual sobreponerse a la determinación patriarcal y “agenciar” su cambio. Pero también dudo de la omnipotencia del patriarcado para determinar toda la vida de las mujeres: las mujeres hemos resistido a lo largo de la historia, lo hemos retado y transformado. Sin la esperanza de que el patriarcado sea un ente heterogéneo y modificable el feminismo no tendría razón de ser.
En fin, me pregunto si el concepto de “agencia” es útil para describir las estrategias políticas feministas. Estas han sido diversas a lo largo de la historia y han partido si de una revolución individual, pero con el fin de construir un colectivo de transformación social: mi opinión es que las feministas no queremos quedarnos con las reformas, queremos transformaciones estructurales y estas no se logran a través de la “incidencia”, ni sólo a través de los cambios individuales de las mujeres para ejercer “influencia”, esto le resta poder transformador a la acción feminista desde el discurso.
Este punto me permite conectar con la reflexión sobre las agendas: las considero un instrumento extremadamente útil. Tan útil que simplifica, homogeniza, universaliza y esencializa, porque sirve para sintetizar en pocas viñetas luchas históricas de las mujeres. Considero que las agendas son un instrumento que le resta contenido político a las reivindicaciones feministas, porque las vuelve digeribles, aceptables, funcionales. Las agendas son útiles para estructurar una reunión, un seminario, un debate político al interior del movimiento, pero no para enunciar el contenido de nuestras reivindicaciones.
No existe algo dado, previo al debate político que se llame la agenda feminista. Ni siquiera creo que exista algo que se llame “las agendas feministas”. El debate entre las ideas y propuestas de las feministas deben discutirse, deben ponerse sobre la mesa y analizarse a la luz de argumentos, y las propuestas y experiencias en cada contexto. Es decir, que nuestras reivindicaciones y estrategias son también un producto político, cambia, se amplía o se concreta según el momento de la lucha.
¿Están interesadas las mujeres jóvenes feministas en impulsar políticas de identidad o políticas transversales?
Me disculpo con las organizadoras del foro por las elucubraciones que me han permitido evadir una respuesta directa a las dos preguntas anteriores, frente a la tercera sin embargo, si espero ofrecer una elaboración más directa.
A riesgo de ser repetitiva, quiero insistir en que no represento a las “mujeres jóvenes feministas”. Mis puntos de vista entonces reflejan reflexiones personales producto de debates con otras feministas y de mis lecturas de teóricas. Pretenden eso si motivar el intercambio y la reflexión con mujeres jóvenes de todas las edades.
Para empezar me parece importante decir que algunas feministas “jóvenes” estamos en un proceso de entender los nuevos escenarios sociales que se dibujan y de plantear estrategias nuevas de acción política. Una de las mayores riquezas del feminismo es la posibilidad de la diferencia y la pluralidad, la posibilidad de mezclar lo aprendido con nuevas formas de acción política, en ese sentido, algunas feministas nos resistimos a ser señaladas como “jóvenes” sin experiencia o sin capacidad para decidir o liderar.
Reconocemos las luchas y alcances del movimiento feminista que nos ha permitido vivir un mundo distinto en muchos sentidos, pero también reclamamos reconocimiento. No estamos para reemplazarlas sino para proseguir este camino juntas, por eso queremos relaciones de sororidad, basada en principios feministas y en el reconocimiento como iguales y no relaciones en donde constantemente se señala las diferencias de edad o la brecha generacional (Bernal, 2007) .
Tal como la plantean otras feministas “(…) es importante que todas las mujeres del movimiento reconozcan que el movimiento está avanzando de formas muy diferentes y variadas, gracias la diversidad de mujeres que lo componen”. (ROSAS y WILSON, 2003. Pág. 198), y que además, “todas somos mujeres sincréticas, es decir, mezclamos maneras tradicionales y modernas de ser mujer y vivimos formas innovadoras de ser. Nos movemos constantemente, a veces de una forma más contradictoria que otras. Como movimiento de mujeres mundial, nuestro reto, si queremos avanzar, es reconocer que nos movemos al mismo tiempo, aunque no al mismo ritmo”. (ROSAS y WILSON, 2003. Pág. 199)
Me parece relevante en este punto anotar que mi postura feminista no es por la identidad, que considero una categoría que fue útil en un momento de la lucha pero que ha sido instrumentalizada por el estado, la economía, la academia, los organismos internacionales, entre otros para restar posibilidades de transformación, para aislar y hacer funcionales al sistema las reivindicaciones feministas.
Se debe evidenciar que “Las desigualdades que sufren las mujeres no solamente dependen del género, sino también de otros factores como la edad, la raza y la cultura, así como de su situación social, económica y política, de su salud, sus preferencias sexuales, su educación y experiencia, etc.”. (ROSAS y WILSON, 2003. Pág. 197) y en ese sentido, no podemos seguir usando categorías que tratan de homogenizar la diferencia.
No le resto valor ni reconocimiento al trabajo que realizan feministas en el Estado, la academia, los organismos internacionales, etc., para posicionar algunos intereses de las mujeres, considero que sus esfuerzos son valiosos y necesarios pero no podemos limitar la lucha en estos escenarios o confinarla a los mecanismos dispuestos por estas instituciones.
Creo que las políticas de identidad no son opuestas a las transversales. Las dos son necesarias, se complementan y refuerzan en tanto permiten hacer visibles a las mujeres en el espacio institucional formal, utilizar los recursos del estado para ofrecer condiciones de vida mínimas para las mujeres y diferenciar la lucha feminista de otras luchas sociales (incluso en momentos en que se han hecho alianzas con otros grupos).
Sin embargo considero central subrayar que no estamos limitadas por esas dos estrategias, que se quedan cortas a la hora de buscar una nueva forma de organización social que elimine la misoginia y sus consecuencias sociales, políticas y culturales. En este sentido reivindico la libertad máxima que permita subvertir lo que Drucilla Cornell (2001) denomina como patriarcado, que ha sido la norma de monogamia heterosexual impuesta por el Estado y culturalmente apoyada como única organización de la vida social. (Bernal: 2007)
Plantea esta teórica también que el feminismo con el que está comprometida, y con el que yo misma me siento comprometida, es un proyecto simbólico que ha logrado poner en palabras las agresiones que vivimos las mujeres, pero esto es sólo el primer paso, el siguiente es trabajar por transformar los significados del género, y por ende, de las imágenes y símbolos que sirven para representarnos como mujeres. Con este objetivo entonces, propongo que la lucha por construir este nuevo orden no se plantee ni siquiera la herramienta de la ley, ya que no es un vehículo que permita la reestructuración del significado vigente de la diferencia sexual. (Bernal: 2007)
De las feministas jóvenes que conozco y con quienes he compartido en diversas circunstancias, he aprendido a admirar su creatividad, su compromiso y su fuerza. De feministas de todas las edades he aprendido a creer en la radicalidad de la lucha como única opción contra un orden autoritario que se adapta para continuar vigente con la misma fuerza de siempre. De todas las feministas a mi alrededor sigo aprendiendo que la única manera de seguir con la lucha es reafirmando el carácter político de nuestras relaciones.
Permítanme finalizar este escrito con una cita sobre la necesidad de superar la idea de la “solidaridad inmediata”, para Valcárcel, “La exigencia de solidaridad inmediata casi siempre es una trampa (…) Cualquier mujer puede pedir y esperar de otra mujer solidaridad por el hecho de que ambas comparten una posición funcional débil y porque tienen como meta común abolirla, Nada más. Y nada menos. Cualquier apelación a la solidaridad femenina que no tenga este entramado o es intransitiva o en meramente retórica”. (Valcárcel. 2004, Pág. 116)
Nos dice esta teórica que lo que une a las feministas es la fuerza de objetivos construidos en común, agrego que también lo es la posibilidad de construir un “nosotras” no basado en una “esencia”, en una idea universalista de las mujeres o sus propuestas políticas, sino basadas en su debate y su construcción política.
Bibliografía
® BERNAL OLARTE Angélica. Los ¿nuevos? Retos del feminismo. En Revista En otras palabras. No 15. Grupo Mujer y Sociedad Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, 2007.
® CORNELL Drucilla. En el Corazón de la Libertad. Feminismo, sexo e igualdad. Madrid: Ediciones Cátedra, 2001.
® GÓMEZ CORREAL Diana Marcela. Simone de Beauvoir en voces de mujeres jóvenes: reflexiones de una colombiana en tránsito de siglo. En Revista En otras palabras. No 16. Grupo Mujer y Sociedad Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, 2008.
® ROSAS MEDINA Andrea y WILSON Shamillah. ¿Se está extinguiendo el movimiento de mujeres en la era de la globalización? En Joanna Kerr y Caroline Sweetman (Editoras). Mujeres y desarrollo: respuestas a la globalización. Intermón Oxfam. Primera Edición 2003.
® VALCÁRCEL Amelia. La política de las mujeres., Madrid, Ediciones Cátedra, Tercera edición, 2004.